Salmoral, 1905

En las últimas entradas os hablaba del conflicto que existió en Salmoral en los primeros años del siglo XX entre las 'fuerzas vivas' de la localidad: alcalde, médico, juez y sacerdote. El contexto histórico de lo que sucedió en nuestro pueblo en aquellos no tan lejanos años parte de la Restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XIII, hecho que sucedió en 1874. Por supuesto, hablamos de una monarquía en la que el Rey conservaba bastantes prerrogativas y funciones, recogidas en la Constitución de 1876. El sufragio, esto es, quien podía votar, no era universal, ya que solo correspondía a los hombres mayores de 25 años con residencia de al menos dos años en su distrito electoral. 

Se considera, en líneas generales, que fue un periodo estable a nivel nacional, al menos teniendo en cuenta el convulso siglo XIX del que se venía, pero a otros niveles más cercanos al ciudadano la tranquilidad no era tanta, y predominaba el caciquismo, la compra de votos y los pucherazos.

Ese es el ambiente en que se desarrolla la historia de Salmoral que se narró en los periódicos de la época. Más allá de si el señor cura fue culpable o no de haber intentado matar al Luciano en la puerta de la iglesia, lo que es evidente es que las relaciones entre los notables del pueblo dejaban mucho que desear. Es una época en la que primaba el liberalismo, entendiéndose como tal el pensamiento político que promulgaba una separación Iglesia-Estado, entre otras cuestiones. Y eso claro, en una Iglesia anclada en la tradición más absoluta, escocía. 

Así que nos podemos imaginar un pueblo en el que el médico y el cura viven un enfrentamiento radical, con la participación del alcalde y el juez. En un año, 1905, en el que se celebraron elecciones generales, ganadas por los liberales de Montero Ríos, frente al partido conservador de Antonio Maura y otros grupos que obtuvieron una representación menor (republicanos, carlistas, independientes...). Se supone y se asume que los pucherazos electorales estaban a la orden del día, y que de libres e independientes esas elecciones tuvieron poco. Es lo que se cuenta, por ejemplo, en la novela Los Pazos de Ulloa de doña Emilia Pardo Bazán con respecto a unas elecciones de unos años antes, pero las circunstancias del país poco habían cambiado en ese sentido. 

Y es en este contexto en el que el 27 de octubre de 1905 se publica en El Castellano una nueva carta al director del médico de Salmoral, don Enrique Almeida, arremetiendo contra el sacerdote del pueblo (que recordemos, había sido absuelto unos meses antes del intento de asesinato de Luciano, un mozo del pueblo). 

La carta dice así: 

A DIOS ROGANDO ETC.

Tal dicen lenguas, es desde ha tiempo el santo y seña convenidos entre señor cura de Salmoral y sus paniaguados, consigna ratificada en las pasadas elecciones y en cuya actitud perduran, pues aún no se ha abierto el nuevo paréntesis electoral y ya trabajar día y noche sin dar paz a la mano, ni sosiego al espíritu, pero sin reparar en los medios, para allegar al concejo personas de acrisolada honradez y de elevadas miras altruistas, al único y exclusivo objeto, según ellos de limpiar el pozo. ¡Incautos! ¡Como si a través de las groseras mallas del velo que encubre sus mal disimuladas intenciones no se dejara vislumbrar la inquina y deseos de ruin venganza! ¡Como si no fuera pública la marcada intención de elevar a categoría oficial el club clandestino que de ha tiempo viene funcionando en las diafanidades del crepúsculo y obscuridad de la noche, por temor sin duda a la acción disolvente y reductora de los rayos del astro rey! ¡Como si en la especie echada a los cuatro vientos, según la cual uno de los ediles de hoy, aspirante a la jefatura del mañana, no se patentizara el deseo de molestar a ciertas y determinadas personas! ¡Oh, exceso de puritanismo sin rival!

Limpiar el pozo. La frase es ocurrente y su sentido metafórico por demás oportuno. De ahí que yo también sea con ellos en la proclama de la limpieza, especialmente en la de conciencia. Pero mucho es de temer que la tal limpieza resulte estéril y contraproducente, en atención a los óbices que toda idea progresiva suele encontrar en el decurso de su desarrollo, motivo a lo que, a fue de más o menos competente, pero competente al fin, he de permitirme un consejo, siquiera, como es de esperar, no sea tomado en cuenta, y es: que antes de proceder al drenaje del pozo se percaten de retirar la maleza de que superficialmente está rodeado su brocal, pues de otra manera es expuesto que por desprendimientos de miasmas nocivos a la salud, se desarrollen enfermedades más graves y sospechosas que las que procuran evitar.

No trato en manera alguna, ya que he mentado elecciones, de censurar a la conducta, como elector en función activa, de este señor cura; yo también he votado, aunque sin exigencias, por el servicio; lo que sí censuro desde luego, cuantas veces pueda y se me dé ocasión para ello, es la aviesa intensión con que él y los suyos proceden contra quienes todos los mayores perjuicios que nos han procurado se resumen en actos de prudencia y buena fe. Pero cómo ha de ser, tengamos paciencia, pues acaso el tiempo, gran maestro en materia de verdades, ponga coto a sus desafueros y desmanes, en tanto brilla el día en que cayendo la pascua en lunes, podamos en su víspera comer de carne sin contravenir en poco ni nada el divino precepto.

Hubiera este señor cura desoído los interesados consejos de sus parciales, que no le quieren bien, porque no quieren bien a nadie que honradamente procure cumplir con su deber, salvo a quien como él se presta a ser dócil instrumento de sus maquiavélicos planes y contribuyendo con palabras y obras a la paz y buena armonía de que tan precisado está este vecindario y hubiérase merecido el aprecio y consideración de los más, incluso de la masa neutra del pueblo, de esa parte del pueblo, la que no obstante su apego a la tradición en asuntos de religión, es la primera en censurar su conducta.

Por lo dicho, se echa fielmente de ver la necesidad de desenmascarar al eterno cacique de aldeas, rémora del progreso y manzana de discordia, tanto más perjudicial cuanto menos culto. 

Enrique Almeida, Salmoral, octubre de 1905. 

En resumen: el cura mantenía una gran actividad política intentando que en las elecciones ganaran los de su interés, auspiciado por otra persona, a quien don Enrique se refiere como el "eterno cacique de aldeas". Salmoral en 1905 era ejemplo de lo que sucedía a nivel general en España, con fuerzas políticas enfrentadas luchando por llevarse el gato al agua, sin mucho respeto por unos procedimientos democráticos que todavía eran desconocidos en el país. Lo curioso es que este enfrentamiento llegara a los periódicos y a los tribunales, con la historia ya contada del disparo en la plaza y estas cartas del médico. Seguiremos investigando. 





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