Un cura en el banquillo II: la respuesta del médico

Recordaréis la entrada de hace unas semanas acerca del proceso judicial en el que el cura de Salmoral en 1905, don Nemesio Alonso, fue acusado de intento de asesinato por unos hechos acaecidos en noviembre de 1903 frente a la iglesia parroquial. Un mozo del pueblo, Luciano Nieto, acusaba al sacerdote de haberle disparado a quemarropa tras reñirle por formar jaleo en la plaza mientras en la iglesia se desarrollaba la novena de ánimas. 

Durante ese juicio, en el que don Nemesio fue absuelto por falta de pruebas, éste se despachó a gusto contra el alcalde, el juez y el médico del pueblo en aquellos años, a los que acusaba de tener organizado un complot en su contra. 

Como os decía en aquella entrada, me faltaba averiguar quiénes eran el alcalde, el juez y el médico en aquellos años en Salmoral. Un estudio un poco más detallado de los periódicos de la época me lo ha servido en bandeja, al menos en el caso del doctor, que era don Enrique Almeida, quien, pocos días después del juicio que tuvo lugar en la Audiencia Provincial de Salamanca, remitió un comunicado al periódico que con más detalle había recogido ese proceso, El Castellano (con sede en la calle Zamora, 19). 

El comunicado dice así: 

"Señor Director de El Castellano: 

Bien quisiera prescindir de remover el insano fondo de la maledicencia humana, siquiere fuera en obsequio de la tan olvidada, como digna de mejor suerte, higiene social, pero me es de necesidad a los fines siguientes: 

En la vista causa que ante esta Audiencia tuvo lugar el día 6 del corriente, el procesado don Nemesio Alonso, creyendo poco ingeniosos y fructíferos los medios aportados para su defensa, tuvo el atrevimiento de tomar mi nombre, junto con el de otras personas de acrisolada honradez de esta vecindad, para deducir y negar ser autor del hecho que se le imputaba, teniendo en cuenta mi mayor o menor grado de religiosidad. 

Ante todo debo de hacer constar que soy católico desde que me cristianaron, pero aunque no lo fuera, no quitaba para ser digno y no desconocer los deberes que tengo para conmigo mismo y para con el prójimo, al cual entiendo se pertenece el hombre más que a sí mismo, por eso de "respétame si quieres que te respete"; ahora bien, si ese señor entiende la religión como por lo visto se la inculca a sus parciales, entonces me doy por convenido y vencido, no obstante de que la religión compuesta por el fanatismo se mezcla con la ignorancia y condimentada con la hipocresía, me parece un manjar de muy mal gusto. 

Aparte lo dicho, hace tiempo recibí una misiva de puño y letra del tal don Nemesio en la que me manifestaba no querer mis servicios médicos por ser antirreligioso, y por tener mejores y más nobles sentimientos que él me abstuve de hacer uso del derechos que me asistía y lo perdoné con desdés, porque desdén y perdón merecen tales hechos y personas. No creo al don Nemesio de mejor condición que aquellos Reyes que recibieron el dictado de Católicos y sin embargo si hojea la historia verá que se asistían con médicos judíos y rebajándome al terreno en que se ha colocado, razones similares tendría yo para dudar de su sacerdocio. 

A qué continuar si los que nos conocen saben quienes somos cada uno y de donde procedemos y que para directores de cotarro entre él y su aliado Julián 'Tayuya' dan ventajas al más lince. 

Para terminar he de rogar al don Nemesio que jamás se acuerde de tomar mi nombre, en mi desdoro y su provecho, y en caso de hacerlo sea desde punto y lugar donde la verdad de los hechos pueda esclarecerse". 

Enrique Almeida, Salmoral, junio de 1905. 

En resumen: 

En Salmoral a principios del siglo XX existía un evidente enfrentamiento entre el Antiguo y Nuevo Régimen, dicho con expresiones que pocos años después se utilizaron en la Gran Guerra Europea, o I Guerra Mundial: colisionaban de forma clara la tradición y el conservadurismo del cura y sus acólitos con las ideas más novedosas de los ilustrados del pueblo, esto es, el médico, el alcalde o el juez. 

Por supuesto, sin saber con certeza qué hubo detrás de ese tiro en la plaza en la noche de ánimas, y qué se cocía entre los diferentes grupos del pueblo es difícil de saber los detalles concretos de la animadversión entre el cura y el resto de fuerzas vivas del pueblo. Pero los hechos que narra don Enrique en su misiva son esclarecedores por sí solos, tanto por lo concreto (el cura negándose a recibir sus tratamientos médicos) como por lo que insinúa al hablar de hipocresía o de tener razones para negar su sacerdocio. 

Ya os adelanto que no es la última carta que don Enrique envió a El Castellano. Unos meses después, en octubre de 1905, hubo otra al respecto de las elecciones municipales que estaban próximas a celebrarse. Pero eso será otra historia...

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