Tierras sin pan, tierras sin gente

Hace unos días una amiga extremeña me preguntaba por qué nuestros pueblos tienen tan poca población. Por qué nuestras tierras están tan vacías si se comparan con otras zonas de España en los que municipios de 10.000 habitantes se consideran pequeños.

La respuesta es compleja y, al mismo tiempo, sencilla. Estas siempre han sido tierras duras y complicadas. Ya os comentaba en otra entrada que la población actual de estos lugares viene de épocas recientes, en términos históricos. Durante la Reconquista la franja sur del Duero era tierra de nadie, una zona prácticamente despoblada que servía de frontera entre los reinos cristianos del norte y Al-Andalus. Cuando León y Castilla avanzaron hasta más allá de Gredos, la frontera entre los dos reinos quedó establecida en lo que hoy es la frontera entre Salamanca y Ávila. De ahí lo de Aldeaseca de la Frontera o Zorita de la Frontera. Y lo que había sido una zona despoblada, se repobló con gentes del norte y se convirtió en zona de guerra. Guerra entre León y Castilla, luego guerras civiles en Castilla. Siempre guerras. 

Las cañadas

Desde los Reyes Católicos, el reino de Castilla tiró del carro de las Españas, que dirían en Águila Roja. La Mesta, la asociación de la trashumancia de rebaños de ovejas, vertebró estas tierras a través de las cañadas (el Cordel de Merinas que conocemos en Salmoral), pero, como sucedía con el oro de América, todo pasaba por aquí pero poco se quedaba. En vez de potenciar la manufactura de la lana y la producción (ah, bendita industria), la materia prima se enviaba fuera, a Flandes, desde donde volvía convertida en caros paños y telas. 

Malas decisiones económicas, penosos gobernantes, guerras sin fin por intereses europeos que no nos importaban, un clima duro... Todo contribuyó a que hoy seamos quienes somos y estemos los que estamos. Pocos, en general. Pero eso sí, hubo periodos de esplendor, prueba de ello es nuestra iglesia. Ya hablaré en otra ocasión del mudéjar, el estilo románico de estas tierras, creado con ladrillo, de inspiración islámica, y, sobre todo, barato. Los pueblos que sustituyeron sus primitivas iglesias de ladrillo por otras de granito, como es el caso de Salmoral, lo hicieron porque se lo pudieron permitir, ya que el granito era un material difícil de traer desde las canteras en la sierra y, por lo tanto, mucho más caro. 

No obstante, tiempos más terribles habrían de llegar. Y ahí se encuentran los motivos más cercanos de nuestra triste despoblación. En las tres grandes oleadas de emigración que se vivieron desde el siglo XIX.


  1. En primer lugar, la emigración a América, al nuevo mundo, desde finales del XIX y principios del XX, tal y como se cuenta en este fantástico artículo publicado en la web de Salmoral: La aventura americana
  2. Después, la Guerra Civil, la posguerra y la emigración a Europa: Suiza, Francia, Alemania...
  3. Y solapada con esta, la emigración del campo a la ciudad: Madrid, Bilbao, Barcelona... U otros lugares de España. 

A esto se le añade un modelo productivo caduco y sometido a las subvenciones europeas, ya que no resulta rentable dentro de una economía abierta a nivel global. 

¿Nueva oportunidad?

Pero, ¿quién sabe? Quizá ahora, con la búsqueda de nuevos modos de vida que nos alejen de las grandes aglomeraciones, los pequeños pueblos tengan una nueva oportunidad. Para ello, eso sí, tendrían que mejorar las comunicaciones y las conexiones, porque no puede ser que, a estas alturas, en Salmoral solo una compañía de teléfono garantice cobertura más o menos fiable. Y de la velocidad de Internet ya ni hablamos, porque no existe, prácticamente. 

Este debe ser el reclamo más inmediato y perentorio del medio rural: poder competir en igualdad de oportunidades, en lo que a tecnologías de la comunicación se refiere, con otras zonas. Lo necesitamos ya. 




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